Roy Haynes y el cambio: “When I was young…”

Hace algunos meses estuve en el concierto de Roy Haynes, un batería de jazz que tocaba con su banda en Madrid. Batería, contrabajo, piano y saxo. Cálido, cercano, sentido. Bastante espectacular.

Cerca del final del concierto cogió el micrófono para presentar a la banda. Les presentaba por su nombre, , diciendo de donde venía cada uno de ellos. Uno de ellos, el pianista, dijo que era de Miami. Entonces Roy, maestro de ceremonias, cogió de nuevo el micrófono y djo la frase. “When I was young I used to be from Miami. Now that I´m old, I´m from New York”

La respuesta no deja de ser curiosa, puesto que uno es de donde ha nacido, pero él lo interpretó como “con que ciudad me siento identificado, de qué ciudad vengo”. Y me gustó el hecho de que no solo hubiera cambiado su ciudad con la que se siente identificado durante su vida, si no que además, nombró ambas. Nos contó su vida en apenas una frase.

El nacimiento en Estados Unidos no es un dato relevante. De hecho, si nos fijamos, siempre la respuesta a esa pregunta va a compañada de “…pero me crié en …”. La movilidad en este país es mucho mayor que la que nosotros conocemos en España. Roy Hudges, de hecho, nació en Boston, ciudad que ni siquiera aparece en su pequeña biografía.

Para Roy, que ha viajado por todo el mundo con su música, el cambio de residencia entre Miami y Nueva York supuso un cambio en sí mismo, tanto que terminó identificándose con una nueva ciudad, dejando de lado la antigua, aunque nunca olvidarla.

Ser consciente de ese cambio denota que Roy sabe quien es, cómo ha cambiado, y que está dispuesto a volver a cambiar. Aceptar el cambio, reconocerlo, aprovecharlo. Y estar dispuesto para el siguiente.

Roy Haynes no es solo uno de los mejores baterías de la historia, además… es un tío inteligente.

 

Expresarse.

Hablábamos ayer de Miguel Strogoff, de la conveniencia de expresar lo que todos llevamos dentro, de hacer que brote, de comunicarlo.

La comunicación implica dos personas, uno que emite, y otro que recibe. Hasta ahí todos lo tenemos claro. Pero sabemos que muchas veces nos encontramos con problemas para hacernos entender o para entender a la persona que quiere comunicarnos algo. En este caso debemos poner el acento en el cómo comunicamos.

Si miramos hacia nosotros mismos, debemos tener claro cual es nuestra manera ideal de comunicarnos. Puede que al hablar nos encontremos con dificultades a la hora de encontrar la palabra adecuada, que nos falte reflexión, que el discurso nos parezca atropellado, que al terminar de hablar nos surjan las ideas que debíamos haber comentado. O puede que al hablar sintamos que estamos expresando todo tal y como queremos.

También puede que al escribir nos entre la pereza, pensemos que “Sería más fácil si estuviera aquí”, nos desesperemos y dispersemos, pensemos que no servimos para escribir. O puede que en la pausa de la escritura encontremos la calma necesaria para expresar lo que queremos.

Puede, también, que pensemos que lo que de verdad haría que el otro lo entendiera fuera un abrazo o una caricia.

Tal y como hemos comentado, en la comunicación siempre hay dos personas. Y el que recibe también puede encontrarse en dificultades a la hora de escuchar (“Ojalá tuviera esto en vídeo, para poder verlo mil veces, para no perderme un solo segundo”), a la hora de leer (“Qué tono tendrá todo esto? Como debo interpretarlo? Me faltan señales, le falta vida”) o a la hora de sentirlo (“Muchas palabras, muchas palabras… pero ni siquiera me coge la mano”).

El arte es quizá el arte supremo de la comunicación. Los artistas (sobre todo los buenos), consiguen expresar sensaciones y, sobre todo, transmitirlas. Cuando un artista, ya sea pintor, músico, actor, escritor o perteneciente a cualquier otra disciplina, consigue conectar con nosotros, nos sentimos identificados, porque consigue encontrar el canal adecuado y nos transmite la idea de la manera en la que nosotros necesitamos entenderla.

Haces años hice un viaje a Islandia, un sitio verdaderamente especial. Hasta ahora no había encontrado la manera de expresar qué supone ese país, qué debo explicar para transmitir lo que tiene de especial esa isla. Hasta ahora, que alguien ha conseguido poner imágenes a lo que yo necesitaba expresar

A veces llega la ilusión cuando uno menos lo espera.

 

Miguel Strogoff y la comunicación. Contiene spoiler! Si no has leído la novela… léela!

Uno de los cuentos que recuerdo que leía cuando niño era Miguel Strogoff, la historia de Julio Verne sobre el correo del Zar que debía atravesar Siberia para avisar de la invasión tártara.

Al bueno de Miguel le pasa de todo para llegar a su destino, 5000 kilómetros de estepa dan para muchas aventura, e incluso se enamora de la bella Nadia. Una historia llena de acción, de épica, de intrigas, con unos malos muy malos… de las de antes.

El episodio que más recuerdo es aquel en el que Miguel, atrapado por sus enemigos, es cegado con un sable al rojo vivo en sus ojos frente a su madre, a la que profesa todo su amor. Las lágrimas que brotan de sus ojos detendrán el fuego del sable, y descubriremos al final de la novela, a la vez que el propio protagonista, que Miguel ha salvado su vista por estas lágrimas.

El dolor, la pena de saber que no va a poder volver a ver a su madre, y que ella le verá siempre con una venda en sus ojos, hacen que nuestro héroe venza al sable al rojo vivo.

Evidentemente, es una novela de ficción, no creo que nadie se arriesgara a dejarse quemar los ojos tras haber llorado. Pero… la novela habla de un sentimiento profundo que vence a un peligro físico. La manifestación física del sentimiento de Miguel consigue detener un peligro real.

Expresarse, hablar, compartir, sacar lo que tenemos dentro, es lo que hará vencer a cualquier acero al rojo. Y… quizás las circunstancias en las que saquemos lo que tenemos dentro no sean las más cómodas, ni las más adecuadas. Pero… desde luego, siempre van a ser beneficiosas.

 


Coro del Ejercito Ruso

Hiroshima y la adelfa.

En Agosto de 1945 cayó en Hiroshima, en Japón, la primera bomba atómica. El mundo ni siquiera podía imaginar el efecto del arma nuclear: murieron más de 140.000 personas, unas 78.000 de ellas de manera inmediata, y la ciudad quedó devastada. Apenas unos pocos edificios quedaron en pie en varios kilómetros a la redonda, uno de ellos el de la imagen, símbolo actual de Hiroshima. La ciudad pasó a ser una cicatriz en la tierra.

Al tercer día, el servicio de tranvías de Hiroshima reanudó de nuevo su actividad.

Hiroshima tenía en el momento del ataque norteamericano una población de 420.000 habitantes. Tras la bomba, la población descendió a 137.000. Solo diez años después, en 1955, la ciudad volvió a tener la misma población que antes de la guerra.

Hoy en día viven en Hiroshima más de un millón de personas.

La flor en el escudo de Hiroshima es la adelfa, la primera especie que volvió a crecer en la ciudad tras la bomba atómica.

Todo tiene solución.