Todo el mundo sabe que el agua hierve a 100 grados. Y es lógico pensar que… cuanto más alta esté la temperatura, más rápido debe hervir! Y esto es cierto, hasta que llegamos a unos 193 grados centígrados. En ese momento exacto, la gota de agua que lanzamos sobre la superficie caliente ya no se evapora tan rápido. Y aún hay más! Parece que se queda bailando por unos instantes, para evaporarse tras haber jugado con los números y con nosotros.
El efecto Leidenfrost viene a ser el fenómeno de la capa de vapor que se forma alrededor de un líquido, al encontrarse sobre una superficie con temperatura significativamente mayor al punto de ebullición de ese líquido. Básicamente, si echamos unas gotas de agua sobre una base caliente a unos 193 grados, el agua no se evaporará inmediatamente, si no que se creará una capa de vapor entre la base y el agua, que hará que esta se evapore más lentamente, dando además la impresión de que el agua está “flotando”.
Hay ocasiones en las que menos es más, en la que el punto medio es lo adecuado, en la que la comida sabe mejor cocinada a fuego lento. No es necesario que cocinemos siempre a la máxima temperatura. Nuestras abuelas, las mejores cocineras del mundo, hacían aquellos platos a fuego lento, aunque ellas al ingrediente secreto lo llamaban “cariño”. Quien iba a decirles que el efecto Leidenfrost iba a servir para recordarlas, quien iba a pensar que las abuelas nunca pasarían de moda.
Hay otra manera de hacer las cosas, sin necesidad de llevarlas al límite. A veces, menos es más.