La ciudad de Amsterdam tiene tres atractivos que es necesario ver en la primera visita. El Rijkmuseum, el Museo Van Gogh, y la casa de Ana Frank. Dos de ellos son la celebración del arte, con pinturas como la “Ronda de noche” de Rembrandt o “Los Girasoles” de Van Gogh. El tercer lugar a visitar es un homenaje a la camaraderia, a la generosidad, y también un recuerdo a lo que el hombre es capaz de hacerse a si mismo.
La historia es conocida. Ana escribió un diario en su cautiverio familiar. Compartió con su familia la parte trasera de una casa, escondidos de la amenaza nazi. Su familia había escapado de Alemania, estableciéndose en Amsterdam. Y decidieron no seguir huyendo. Se establecieron en la parte trasera de la casa, compinchados con algunos de los trabajadores de la empresa familiar, que se encargaban de pasarles comida y ropa mientras atendían el negocio en la parte delantera. El engaño parecía asegurado, solamente unas pocas personas estaban al tanto, y fueron fieles durante todo el cautiverio voluntario.
El silencio era fundamental. Los escondidos no podían hablar entre ellos durante el día, para evitar ser descubiertos, tenían que tener cuidado con las pisadas. Solo tenían noticias del exterior a través de una radio. Un día Ana escuchó que una editorial publicaría al término de la guerra un libro con relatos para recoger los mejores testimonios de la época oscura que habían tenido que vivir. Ana llevaba un diario hasta entonces, y decidió enfocarlo para ser publicado después, para que el mundo supiera qué había sucedido en aquella casa.
Dos años después, y por una denuncia anónima, la familia fue descubierta. Todos fueron apresados y llevados a campos de concentración. De camino, la familia fue separada por géneros. Las mujeres fueron a Auschwitz. Ana dejó el diario escondido en la casa, y su padre, único superviviente del Holocausto, lo encontró a su vuelta a Amsterdam, lo editó, e intentó publicarlo. Después de varios intentos, lo consiguió. El libro fue un verdadero éxito mundial, y es un ejemplo de cómo las palabras pueden conmover los sentimientos.
Anna Frank vivió en dos campos de concentración los últimos seis meses de su vida. Murió por el tifus, aunque eso es solo la versión “oficial”.
En los campos de concentración la vida no se podía entender como algo individual. Los prisioneros, para sobrevivir, se buscaban pares con los que compartir la vida. Compartían las desdichas, pero también la comida y las pequeñas alegrías. Robaban comida para su par, cuidaban de él cuando estaba enfermo, se encargaban de ser su apoyo cuando desfallecía. Ana encontró su par en su hermana Margot. Ambas cuidaban de la otra, eran las razones para seguir viviendo en el horror. Como en el libro de Viktor Frankl, ambas eran el sentido de la otra.
Dicen quiene compartieron campo de concentración con las hermana Frank que cuando Margot murió, Ana quedó desconcertada. Dicen que fue apagándose lentamente, y que no fue el tifus quien la mató.
Dicen que si no hay una razón para vivir, no hay vida.
Ana murió muy muy joven, pero dejó escritas páginas llenas de sentido. Su talento es indudable, y nadie sabe de qué hubiera sido capaz de sobrevivir al Holocausto. Ana Frank tuvo una fortaleza enorme, que se derrumbó cuando no pudo compartir su vida, cuando no pudo cuidar de su par, cuando en el sentido de su vida no hubo otra persona.