Me encantan las patatas fritas. Antes era capaz de cenar una bolsa de patatas frente a la televisión. Ahora ya no… pero no porque no me apetezca!
Las he probado casi todas. Me gustan especialmente las Lays al plato, calientes un poco al horno están sorprendentemente ricas, las de la churrería Santa Ana, las clásicas de sabor Jamón, las Gourmet de la bolsa negra… bueno, realmente todas, incluso las Pringles, que ya sabéis que no son patatas. Cada uno tiene sus vicios, que le vamos a hacer!
El caso es que el otro día nuestra amiga Blanca nos descubrió una gran sorpresa. “Habéis probado las Lays Artesanas?” nos preguntó. Son las de la bolsa amarilla y verde, con un señor con pinta de churrero y gafas y mandil verde, que sujeta una patata mientras la mira con deseo, y, quizás, orgullo. Quien sabe si es él mismo el que las hace. (en la foto podeis ver la imagen de marca, que he capturado de su web)
Todos contestamos que si, que las habíamos probado. Y que estaban buenas, y que bla, y que bla. En esa discusión, Blanca nos dijo que no era posible que hubiéramos probado las Artesanas. Y no era posible, porque “no se llaman así”.
Todos nos quedamos un poco sorprendidos, habíamos visto aquella bolsa mil veces, no podíamos creer lo que Blanca nos decía, hasta que leímos con atención que es lo que ponía en las bolsas de estas patatas, para terminar dándole la razón.
Cuantas veces damos por supuesto cosas que no son verdad? Cuantas veces dejamos de ver las cosas como realmente son?
Y… por otra parte… a que se debió nuestra incredulidad? Una primera impresión es muy difícil de borrar, no pensaremos que nos están engañando. En cuanto Blanca nos habló, todos pensamos que no era verdad, que no podía ser cierto. La primera imagen que tenemos de Lays es buena, y no podíamos creer que podrían engañarnos de esa manera. Y sin embargo…
Y es que no hay una segunda oportunidad de causar una buena primera impresión.