Estaba yo en Palolem, una de las mejores playas de la India, paseando. Se me acercó una niña , vestida con el sari tradicional. En un buen inglés me pregunto de donde era, hacia cuanto había llegado y cuanto iba a quedarme. Después me invito a visitar su tienda. Solo a mirar, no hace falta comprar, no importa que no tengas dinero. En la tienda, que regentaba ella con su tío, seguimos conversando; le pregunté que edad tenía, me dijo que dieciséis. Me reí, y le pregunté de nuevo. Varios “dieciséis” después, confesó que tenía catorce. Le pregunté donde había aprendido su inglés, tan bueno, y me dijo que en la playa. Asombroso. Así que, en plan ong, le pregunté si iba al colegio, me respondió que ya no iba, pero que había ido. Con una vuelta de tuerca más, casi en plan padre o en plan coach, le pregunté que quería ser de mayor, esperanzado por escuchar que quería ser médico o abogado, o maestra, y deseando poder ayudarla con el plan para conseguirlo. Pero Lucy me dijo que era feliz haciendo lo que hacía, y que quería serlo el resto de su vida. Me indicó con la mano la playa, larguísima, el mar en calma, el Sol brillando sin una nube que le desafiara. Así que Lucy, la pequeña Lucy que aprendió inglés en la playa, me enseño tres cosas realmente valiosas: 1. No te metas donde no te llaman. 2.Cada uno fijamos nuestros propios objetivos. 3. No hay objetivos mejores ni peores. Solo gente que es feliz o no con ellos, con el proceso de perseguirlos y, si es posible, alcanzarlos. Gracias, Lucy.