A veces la televisión tiene estas pequeñas maravillas. Siempre he escuchado que la televisión es una pérdida de tiempo, pero… como espectador semi-profesional, siempre defenderé todo lo que la televisión puede ofrecer. Como, por ejemplo, lo que he visto esta misma tarde.
En una compañía de comida rápida, llamada White Castle, uno de los dueños, familiar directo de los fundadores de la compañía, decide pasar una semana infiltrado como personal en formación en los restaurantes y plantas de fabricación de su empresa. Quiere conocer de primera mano cuales son los procesos del producto que ofrecen, cual es el ambiente, cómo se sienten las personas que trabajan para él, que son las que hacen que la empresa funciona. Y quiere hacerlo sin que nadie sepa quien es, para que sus opiniones sean libres, sin restricciones.
Durante esa semana conoce de primera mano las historias de sus trabajadores, sus anhelos, sus ideas, sus interpretaciones de lo que la empresa les pide. Se encuentra con personas que creen que la empresa se podría implicar más en programas de salud de los clientes, con restauradores responsables que preparan en casa sus propias salsas y piden a gritos una oportunidad. Con responsables de tienda que le instruyen sobre la necesidad de ser amable con todos los cliente, que le refuerzan a él, como empleado en formación, la idea de que todos los clientes deben irse contentos. También conoce a alguien que tiene miedo de perder su trabajo, y se siente responsable.
Como os podéis imaginar el programa acabará bien, como todo producto norteamericano. Habrá sonrisas y abrazos cuando se descubra el pastel, incluso una beca en la universidad para aprender a ser chef de aquel empleado que ideaba salsas. Todo será ideal, con lo que los espectadores estamos seguros de que no todo lo fue. Pero no importa, porque seguro que es mejor que lo que había.
Lo que más me gusta del programa es que el directivo de la empresa abra la puerta de su despacho y no sea para dejar pasar a alguien, si no que sea para salir él. Que salga de su círculo de confianza y duerma en moteles, se manche las manos, se mezcle con sus empleados, sienta cansancio por el trabajo físico. A fin de cuentas, que se ponga en los zapatos del otro. Para él lo cómodo sería seguir decidiendo desde su despacho, pero decide implicarse. Abre la hamburguesa que come todos los días, y… le echa un poco de mostaza!
En mayor o menos medida, todos dependemos de todos. Somos parte de los que nos rodean, ellos son parte de nosotros. De aquellos que dependen más de nosotros… no sería bueno sentarnos un día en su silla, ponernos sus zapatos, servir unas cuantas hamburguesas? Sí… da pereza… pero.. no es mejor una hamburguesa cuando le pones un poco de mostaza?
“Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho de haber vivido. Son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás lo que determina el significado de la nuestra”. Nelson Mandela.