A principios de los años 90 el mundo conoció una verdadera plaga. En aquellos años en todas las esquinas del planeta morían personas aquejadas de una enfermedad incontrolada. No se sabía apenas nada de ella, excepto que mataba lentamente y que era incurable. Pronto se delimitaron los grupos afectados. Los índices de mortalidad se centraban en dos grupos: por un lado los homosexuales, por otro, aquellos que habían consumido drogas por vías intravenosas. Compartir fluidos corporales parecía el medio para contraer la enfermedad. La enfermedad era conocida por sus siglas, SIDA.
Las primeras conclusiones hicieron que el colectivo homosexual fuera mirado con más recelo. Incluso algunos intolerantes se amparaban en la religión, afirmando que aquello era un castigo de Dios. Y aquello verdaderamente parecía una maldición.
La sociedad debía ser reeducada con esta nueva situación. Más tarde se supo que el SIDA no distinguía entre orientaciones sexuales, y que eran muchas otras las posibilidades de contraer la enfermedad, pero en aquel momento las noticias escaseaban. Y cuando solo un colectivo es afectado por un problema, pronto puede asociarsele un estigma. Los homosexuales se jugaban que la sociedad al completo les diera la espalda.
Pepe Espaliú era un artista polifacético. Cordobés, exponía regularmente en los años 80, y obtuvo cierta notoriedad en los corrillos del arte contemporáneo internacional. Era un artista prometedor.
Pero Pepe Espaliú contrajo el SIDA. Y ello le hizo inciar una lucha por el reconocimiento de toda la sociedad de la vulnerabilidad de los enfermos y de la necesidad de acompañamiento de estos enfermos, todo a través del arte. De su arte, de su oficio. Pepe Espaliú inventó la manera de que la sociedad no le apartara, ni a él ni a todos los que representaba.
Siendo ya pública su enfermedad, Pepe Espaliú llevó a cabo una performance. Con sus pies descalzos, pedía a transeuntes que le llevaran en volandas por la calle. Los transeuntes se relevaban unos a otros, en un símbolo de acompañamiento y soporte. Espaliú se mostraba como era, vulnerable, necesitado de la ayuda y compañía de los demás para poder desarrollar su vida normal. Y esta ayuda incluía un contacto físico, un abrazo fraterno, que conseguía que los miedos a “tocar” un enfermo desapareciera.
Pepe Espaliú cambio la percepción de muchos. Al menos, cambió la mía. Su acción supuso un hito importante para mí, y hoy he vuelto a recordarlo.
Nuestras acciones quizá tengan consecuencias en alguien que ni siquiera conozcamos, quizá en alguien que ni siquiera ha nacido aún. Pero para ello es indispensable actuar. Si Pepe hubiera diseñado la acción, pero no la hubiera llevado a cabo, ahora no estaríamos hablando de él. Y habría un par de conciencias un poco menos concienciadas.
Piensa, si. Pero actúa después. Actúa. Actúa. Actúa. Haz.