A principios de siglo XX se hizo un curioso experimento en Rusia. Un encargado de montaje de películas, Lev Kuleshov, montó una cinta con seis breves secuencias. En las secuencias pares el fragmento era exáctamente el mismo, un primer plano de un actor, con una expresión neutra. En las secuencias impares, mostraba ordenadamente un plato de sopa, un ataúd con una mujer en él y una niña jugando. Las escenas apenas duraban unos segundos, unos fogonazos para todo aquel que viera la película. Este es el el experimento:
Kuleshov proyectó estas secuencias a una pequeña audiencia, y obtuvo un resultado muy curioso. Los asistentes dotaban de expresión el rostro neutro de aquel actor. Aseguraban que su expresión era triste tras aparecer el ataud, sonriente tras aparecer la niña jugando, pensativa tras aparecer el plato de sopa. ¡Y la secuencia del rostro del actor era exáctamente la misma! Cada persona del público quería que aquella expresión neutra representara lo que ellos estaban sintiendo, ya fuera viendo el plato de sopa, la mujer en el féretro o la niña en sus juegos. Su cerebro les engañaba, les aseguraba cosas que no eran.
Todos hacemos lo que hacemos porque tenemos un beneficio. A veces es complicado descifrar el beneficio de algunas acciones, por no ser éste inmediato o diáfano, pero solo tenemos que poner un poco más de empeño en buscarlo. Y… ¿en qué beneficiaba a aquellos espectadores en cambiar la expresión del rostro del actor?
Simplemente, cada persona del público buscaba darle sentido a aquello que había visto. Tras ver Mullholand Drive todos buscamos un sentido a la historia, porque queríamos entender qué es lo que habíamos visto. Queremos vernos reflejado en lo que vemos, darle sentido a aquellas imágenes aparentemente inconexas. Las cosas deberían tener sentido, pensamos, e ideamos teorías inverosímiles para que todo cuadre. A esto le llamó Kuleshov “geografía creativa”.
En el experimento de Kuleshov los espectadores llegaban incluso a deformar las imágenes, a fantasear con la realidad, creer que habían visto algo que realmente no habían visto. Todo para volcar sobre las imágenes sus propias sensaciones de alegría, miedo o hambre. Si ellos habían tenido aquellas sensaciones, todos deberían sentirlo de la misma manera.
La lógica a veces nos distrae de la realidad. A veces, incluso, nos deja engañarnos. Cómo hemos construido cada uno nuestra lógica? De donde la hemos sacado? Es mi lógica la misma que la tuya? Creo yo que debe ser la misma? Cómo se van a comunicar nuestras lógicas?
El experimento de Kuleshov nos confirma que todos queremos entendernos. Queremos ponernos a disposición del otro, queremos entender lo que quiere comunicarnos. A veces, cuando las cosas no están demasiado claras, nos inventamos el mensaje. Pero bajo esos pequeños ajustes surge con fuerza la idea de que la inteligencia está al servicio de comprender lo que los demás quieren contarnos.
Es algo que tenemos dentro. Quizá no tengamos que potenciarlo, pero al menos no le pongamos trabas.