El metro es un sitio… pintoresco. No es solo un medio de transporte, también es un lugar en el que se entiende la verdadera personalidad de la ciudad.
El otro día estaba yendo al trabajo, cuando se sentaron en los asientos de enfrente una pareja joven, chico y chica. En Madrid ha comenzado ya el frío, con lo que llevaban los dos las manos en los bolsillos en su sudadera de canguro. No hablaban demasiado entre ellos, a esas horas por la mañana pocas personas son comunicativas en el metro.
En un momento dado ella se giró para mirarle, y al mirarle la oreja se dio cuenta de que había algo extraño. Así que, sin dudar, sacó su mano del bolsillo de la sudadera, y con la uña de uno de sus dedos estirados recogió algo de dentro de su oreja. No contenta con el resultado, después de comprobar lo recogido con la uña de su índice, volvió a meter su dedo índice en la oreja del chico, que no decía nada, para intentar recoger algo que se había quedado allí dentro.
Vi mi cara de repelús reflejada en la ventana de enfrente. Creo que no estaba siendo muy sutil… pero no podía remediarlo. Cómo era posible que hiciera ella algo así en público? Como es que él no se sentía molesto por ello? Como es que no podía dejar de mirar?
Llegó mi parada, que también era la suya. Así que nos bajamos, ellos delante de mí, yo aún impactado. Mientras caminábamos hacia la salida por el andén, vi que la manga vacía del brazo derecho de él colgaba inerte, a merced del aire. Ella, con infinita delicadeza, recogió la manga vacía y la metió de nuevo en el bolsillo de su sudadera de canguro.
Y entonces es cuando entendí lo fácil que es juzgar, y lo sencillo que es recibir lecciones. Únicamente es necesario tener abiertos los ojos.