Construir, Destruir, Construir.

La guerra es una de esas evidencias de que el hombre es un lobo para un hombre. Seguramente la evidencia más clara que siempre hemos tenido la capacidad de odiarnos entre nosotros. Y es que en toda la historia ha estado presente la guerra, siendo siempre generadora de historias apasionantes, excepto en el siglo XIII, (ya sabéis la investigación que publicó elmundotoday)

Hablando en serio, la destrucción es una parte de la vida, puesto que nada hay que sea eterno. Lo verdaderamente alucinante es que de la destrucción surja la belleza, que con la destrucción encontremos nuevas formas de construir, que solo sea un paso más del ciclo de la vida.

Vhils es el sobrenombre de un artista callejero, que consigue unos retratos impresionantes dinamitando paredes. Simplemente, establece unas pequeñas cargas en la pared donde quiere que quede ese rostro fijado, y lo hace explotar.
vhils

Tiene otras técnicas, como trabajar la pared con un martillo neumático. Pero la clave está en que parte de un ente, y lo destruye para crear. A veces destruir lo hecho puede dar pie a conseguir algo mucho mejor.

El sábado iba a un concierto de Raimundo Amador, al que nunca he visto en directo, y me apetecía mucho. Pero no llegué a la sala. En el camino, en la calle, me encontré esta otra voz, que quizá merezca tanto la pena. Y me quedé sentado en la acera escuchando.

Destruí mis planes. Pero.. sabéis que? Raimundo volverá a tocar. Y sin embargo pasé un rato inesperado, descubriendo algo nuevo.

Igual que la pared, después de que Vihls actúe sobre ella, seguirá ejerciendo su función.

Extra:
Por si le queréis ver en acción. Espectacular!

Romperlo todo.

En un lugar del pasado, la ciudad A y la ciudad B eran vecinas. Comerciaban juntas y, en cierta medida, dependían una de la otra. En esta relación de vecindad, como sucede en todo el mundo, surgió una competitividad. Ambas pretendían ser mejor que la otra, e intentaban superarla en todas las facetas posibles. Una vez al año, el alcalde de la ciudad A viajaba a la ciudad B, protocolariamente, para mantener las buenas formas y la relación de buena vecindad. Al año siguiente, la visita era devuelta por el alcalde de la ciudad B.

Cuando el alcalde A visitaba la ciudad B, su alcalde le mostraba la prosperidad de la ciudad. Le enseñaba el progreso conseguido, le hacía visitar los mejor lugares, le invitaba a los mejores manjares. Le mostraba el silo donde guardan los víveres para el invierno, las pieles que utilizarían durante el resto del año, las nuevas embarcaciones que habían ideado. Todo con el afán de mostrar lo mejor de su propia ciudad, de impresionar a su contrincante y vecino.

El momento cumbre llegaba al final de la visita. Cuando el alcalde A estaba ya dispuesto para marchar de vuelta a su ciudad, saciado de comida y bebida, agasajados los ojos, el alcalde de la ciudad B daba el toque final: quemaba todo lo que le había mostrado. Sus reservas para el invierno, sus mejores pieles, sus nuevas construcciones, sus embarcaciones más modernas. Todo ardía.

El alcalde de la ciudad A llegaba a su ciudad, y aún aturdido por lo que acababa de ver, comenzaba a  preparar la visita del alcalde de la ciudad B del año siguiente, con el afán de superarle, tanto en calidad como en cantidad. Arengaba a su pueblo para tener más grano, mejores víveres, embarcaciones más grandes… Todo debía superar lo visto en su reciente visita a B, y todo ardería.

Visto racionalmente, esta actitud de ambas ciudades es absurda, puesto que ambas pasaban penurias durante todo el año, ahorrando lo mejor de cada partida para el momento de impresionar a sus vecinos. Pero para ellos todo merecía la pena por el momento de mostrase superiores a sus vecinos, de mostrarles que no les importaba despreciar lo mejor.

Algo similar sucede cuando una estrella de rock rompe su guitarra en el escenario. Nos está diciendo: “Ey! Tu ahorras un año para comprarte una guitarra como esta? Yo destrozo una cada noche”.

Qué nos pasa? Para qué necesitamos hacer ver que no necesitamos cosas que necesitamos? Realmente es preferible renunciar a esas  necesidades a hacer creer a otros que no las tenemos?

Tenemos todos esa necesidad de sentirnos superiores a los demás? Y.. no solo eso, si no… mostrárselo? Decírselo bien alto?

 

Expresarse.

Hablábamos ayer de Miguel Strogoff, de la conveniencia de expresar lo que todos llevamos dentro, de hacer que brote, de comunicarlo.

La comunicación implica dos personas, uno que emite, y otro que recibe. Hasta ahí todos lo tenemos claro. Pero sabemos que muchas veces nos encontramos con problemas para hacernos entender o para entender a la persona que quiere comunicarnos algo. En este caso debemos poner el acento en el cómo comunicamos.

Si miramos hacia nosotros mismos, debemos tener claro cual es nuestra manera ideal de comunicarnos. Puede que al hablar nos encontremos con dificultades a la hora de encontrar la palabra adecuada, que nos falte reflexión, que el discurso nos parezca atropellado, que al terminar de hablar nos surjan las ideas que debíamos haber comentado. O puede que al hablar sintamos que estamos expresando todo tal y como queremos.

También puede que al escribir nos entre la pereza, pensemos que “Sería más fácil si estuviera aquí”, nos desesperemos y dispersemos, pensemos que no servimos para escribir. O puede que en la pausa de la escritura encontremos la calma necesaria para expresar lo que queremos.

Puede, también, que pensemos que lo que de verdad haría que el otro lo entendiera fuera un abrazo o una caricia.

Tal y como hemos comentado, en la comunicación siempre hay dos personas. Y el que recibe también puede encontrarse en dificultades a la hora de escuchar (“Ojalá tuviera esto en vídeo, para poder verlo mil veces, para no perderme un solo segundo”), a la hora de leer (“Qué tono tendrá todo esto? Como debo interpretarlo? Me faltan señales, le falta vida”) o a la hora de sentirlo (“Muchas palabras, muchas palabras… pero ni siquiera me coge la mano”).

El arte es quizá el arte supremo de la comunicación. Los artistas (sobre todo los buenos), consiguen expresar sensaciones y, sobre todo, transmitirlas. Cuando un artista, ya sea pintor, músico, actor, escritor o perteneciente a cualquier otra disciplina, consigue conectar con nosotros, nos sentimos identificados, porque consigue encontrar el canal adecuado y nos transmite la idea de la manera en la que nosotros necesitamos entenderla.

Haces años hice un viaje a Islandia, un sitio verdaderamente especial. Hasta ahora no había encontrado la manera de expresar qué supone ese país, qué debo explicar para transmitir lo que tiene de especial esa isla. Hasta ahora, que alguien ha conseguido poner imágenes a lo que yo necesitaba expresar

A veces llega la ilusión cuando uno menos lo espera.