Jim Morrison. Todo el mundo sabe como vivió. Todo el mundo sabe como murió, y donde está su tumba. Una lápida en el cementerio de Père-Lachaise en París, ciudad en la que encontró la muerte, o en la que tal vez fue ella la que la encontró. Pero hoy no hablaremos de su muerte.
“El nacimiento del rock and roll coincidió con mi adolescencia, mi entrada en la conciencia. Fue una verdadera conexión en ese momento y después. Aunque no pude permitirme fantasear racionalmente para hacer ese vínculo yo mismo. Supongo que todo ese tiempo estaba inconscientemente acumulando información y escuchando. Así que cuando por fin sucedió, mi subconsciente había preparado todo.” El subconsciente de Jim Morrison definiendo como nace la creatividad perfectamente.
Hay una famosa foto de un concierto de The Doors, en blanco y negro.
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En ella Jim Morrison aparece en el suelo del escenario, en mitad de un concierto. Con los ojos cerrados, en posición fetal, aún agarrado al micro, dando la espalda al público. Se le ve exhausto, entregado a la música, al sentimiento. Y sin embargo… Y sin embargo, el público no muestra ninguna emoción. Todos los rostros contenidos, ninguna muestra de histerismo ni ilusión propia de un concierto. Él era la estrella del grupo, el Dios. Pero nadie, excepto él, demuestra ninguna emoción. Jim Morrison, solo en el escenario frente a miles de personas. Todos viendo al cantante mítico, al gran Jim Morrison, tumbado en el suelo. Sintiendo la música a su manera, como él creía en ella. En soledad.
La tumba de Jim Morrison es una lápida hundida, con un pequeño monolito, en el que hay un pequeño lema grabado: Kata ton daimona eaytoy. En griego antiguo, Fiel a su propio espíritu.
Como siempre.