TEDxMoncloa

Ayer tuve la oportunidad de estar en el evento TEDxMoncloa, unas charlas con el espíritu de las famosas TED talks. Hubo de todo: buenas intervenciones, malas y regulares, pero sin duda me quedo con alguno de los momentos de una de las charlas en vídeo que tuvimos la oportunidad de ver. Que… me preguntareis que si se puede ver en internet, para que nos la ponen allí, pero ya eso es algo que no os puedo responder.

En el vídeo hay momentos cómicos y trágicos, es una experiencia sin duda desconcertante y extraordinaria. Sin embargo,de todo lo que encontramos en él me quedo, además de con el emocionante aplauso final, con su dialogo interior al ser consciente de tener un derrame cerebral. Decirse a sí misma la suerte que tiene por poder experimentar en su propia piel lo que un paciente siente al tener un derrame cerebral. ¿No es aterradoramente extraordinario?

Un derrame cerebral es, sin ninguna duda, una tragedia. Sin embargo la doctora Jill Bolte Taylor es capaz de ver la utilidad que tiene, es capaz de ver el vaso medio lleno, incluso de verlo lleno completamente, aunque sea la mitad de agua y la mitad de aire. Extraer de todas las situaciones posibles el lado positivo es lo que, sin duda, conlleva al éxito.

Que podemos aprender de esto? Cuantas veces parecía que las cosas iban mal, pero… oye! al final la cosa salió mucho mejor de lo esperado! Cuantos equipos han jugado mejor con diez jugadores tras la explusión de un compañero? Cuantas veces hemos escuchado “no hay mal que por bien no venga”? Y si hacemos alguna vez caso a los refranes? Al menos… a aquellos que nos venga bien!

PD. Os recuerdo que aún podeis hacer vuestras donaciones para la investigación contra el cáncer de próstata! http://mobro.co/jorgeviejo

Un cuento de coaching.

Un hombre atraviesa una pared. Se levanta tranquilamente del sofá blanco donde está sentado en casa de su amigo, charlando sobre banalidades con los compañeros comunes de la oficina, y ante la mirada atónita de todos, se lanza a caminar con un paso firme y decidido hacia la pared grande del salón, la que le separa del dormitorio principal.

Son seis pasos los que le llevan hasta la pared impoluta, sin armarios ni cuadros, seis pasos que da con seguridad y aplomo, con la mirada fija y en una especia de ausencia. A cada paso el silencio se va adueñando del ambiente, como un ejército de nieve, y las conversaciones de la sala van muriendo, fijando la atención de los cinco sentidos de cada uno de los presentes en el hombre que se dirige hacia la pared.

A cada paso la distancia se reduce, el choque se ve inevitable, y la angustia va sucediendo a la sorpresa. Ese hombre va a chocar contra la pared, la dura pared sin cuadros ni armarios que separa el salón del dormitorio. Pero no parece que el dolor vaya a minar la decisión del hombre, que ni siquiera se gira al percibir, pues no puede ser de otra manera, la atención de todos los presentes fija en él. Ni siquiera parece que el dolor esté en la cabeza de ese hombre, que solo piensa en atravesar la pared. Un paso menos.

Alguno de los presentes se pregunta a sí mismo si sería capaz de atravesarla, si sería capaz de intentarlo, siquiera si fuera capaz de planteárselo. No, se dice. Si mi corazón alberga dudas sobre si podría planteármelo, como podría conseguirlo? Sin la determinación necesaria no sería capaz de conseguirlo, y esta determinación debería ser completa. No, no sería capaz de conseguirlo.

Quien se sienta al lado de este primer invitado se pregunta por la molestia de intentar atravesar una pared en este momento. Quizá podría haber esperado a los postres, o al menos cuando no estuviera hablando con ella, la chica rubia de compras, sin duda la más guapa de la reunión. Llevaba toda la semana esperando este momento para que ahora se pusiera a intentar atravesar paredes este mendrugo. Qué es lo que intentará? Lo hará solo para fastidiarme?

Otro se pregunta si el hombre que va a atravesar la pared ha pensado en el dueño de la casa. Imagínate, estaba celebrando una reunión para unos amigos del trabajo, y de repente se va a encontrar con un agujero en la pared, unos cuantos escombros y mucho polvo rondándolo todo. O, peor, un amigo sangrando por la nariz rota y manchando de sangre todo a su paso. No, no debería haberlo pensado.

Un cuarto desea con todas sus fuerzas que atraviese la pared. Que lo haga, que lo consiga, que triunfe como nadie lo ha hecho antes. Que asista a un hecho maravilloso, diferente, inaudito, algo que poder contar en el bar después. Bien pensando… ni siquiera le importa si lo consigue o no. Solo quiere que lo intente, que triunfe o que fracase nada le aportara. Solo que suceda algo.

Ella, con quien estaba hablando justo en el momento en el que se levantó para decirle que iba a atravesar la pared, se pregunta si estará bien. Desea con todas sus fuerzas que sea capaz de conseguirlo, que atraviese la pared de una manera limpia, elegante, casi sin esfuerzo. Lo desea porque sabe que él lo desea. Y no es que sienta nada especial por él, ni siquiera lo considera un gran amigo, pero le gusta pensar que todas las personas consiguen aquello que se proponen.

Y mientras todos estos pensamientos fluyen, él da un paso más. Seguro, firme, rocoso, se acerca cada vez más a la pared, que ahora parece inmensa, muy compacta, dura de verdad. Escucha los rumores de los pensamientos de sus compañeros en el silencio de la habitación, pero decide ignorarlos. Decide centrarse en su respiración, en su ritmo de paso, en el roce de las perneras de sus pantalones chocando entre si al dar un nuevo paso. El foco de su mirada se reduce, la pared lo es todo, y en su voluntad solo cabe el cruzarla.

Cualquier otro pensamiento le abandona, nota como el cerebro se vacía para solo ser ocupado por una palabra, que se le aparece con letras blancas sobre un fondo negro: ATRAVIESALA. Así, en mayúsculas, sin dudas, sin nada que pueda hacerle cambiar de idea o distraerle. Atraviesa esa pared.

Y la atraviesa. Ajeno al dolor que pudiera causarle, ningún dolor siente. Ajeno a las conversaciones de sus compañeros, nada escucha en su mente. Abre los ojos, que cerró instantes antes de chocar contra la pared, y descubre ahora una estancia blanca, completamente aséptica, tal como imaginaríamos un hospital del futuro. Mira hacia atrás, pero se encuentra con la misma blancura. Un blanco que le hace acomodar la vista, molesta por el reflejo demasiado intenso. Se mira a sí mismo, comprobando que no tiene ni un rasguño tras atravesar la pared. Se limpia unas imaginarias motas de polvo de la chaqueta.

Sonríe. Ha atravesado la pared. Sólo tenía que querer hacerlo. Y lo quiso. Y lo hizo. No escucha nada, ya nada le perturba. Se encuentra en la habitación impoluta, frente a aquello que había venido a buscar. Solo, frente a aquello que había venido a buscar.

Si la vida te da limones… haz lo que quieras.

Quinientos diez millones de kilómetros cuadrados, que es la superficie de la Tierra, son muchos kilómetros cuadrados. Y, además, están llenos de variables, de personas que pueden influirnos, de tormentas a punto de estallar, de sucesos inesperados a la vuelta de la esquina. El tiempo parece lineal, aunque…ni siquiera eso lo sabemos con certeza. Las empresas de apuestas deportivas se hacen de oro, basándose en que hay muchas opciones de futuro, no hay una única, y son miles de variables las que pueden influir para que finalmente suceda una u otra. Lo bueno del futuro es que nadie sabe con certeza lo que va a pasar.

Aunque.. algo si podemos adivinar. Mañana va a salir el Sol. Quizá no luzca mucho, quizá apenas lo veamos enmascarado en una gran capa de nubes. Quizá luzca con fuerza a pesar de ser otoño, sorprendiéndonos a todos. Pero… el Sol va a salir mañana. Te lo aseguro. Y hay una segunda gran certeza sobre mañana. Tu estarás ahí. Ahí, dentro de tu cuerpo, no habrás podido salir de él y cambiarte, no te habrás transformado en la cantante famosa de curvas suaves o en Optimus Prime. Seguirás ahí. Siendo tú.

Todo lo demás es variable. Algún desconocido, en mitad de la calle, puede que te regale limones. Y tu puedes decidir desecharlos o exprimirlos y vender limonada. Quizá te regale naranjas, y podrás decidir si quieres tirarlas a la basura o hacer naranjada, porque tú lo que realmente querías era pomelo. Y puede que no te encuentres a nadie en la calle, y tu decidir ir al mercado a comprar los pomelos. O los limones. O las naranjas. O el zumo ya exprimido.

En el libro “En mil pedazos”, de James Frey, el autor cuenta su propia experiencia. Encerrado a los veintitrés años en una clínica de desintoxicación, tras diez años de drogodependencia y abuso de todo tipo de sustancias, narra con absoluta cercanía sus experiencias y, sobre todo, sus sensaciones. Es un libro fantástico. Y terrible a su vez. En el centro al que acude le convencen para que siga los doce pasos de su programa, y que luego permanezca siempre en Alcohólicos Anónimos. James no quiere, no se siente cómodo. Le parece demasiado rebuscado, demasiado largo; no está hecho a su medida. Para él todo se reduce a algo simple. A algo muy muy simple: Decidir. Decidir que quiere ser, quién quiere ser, decidir qué hacer. Decidir en cada momento, sabiendo qué es lo que quiere ser, quién quiere ser, qué es lo que quiere hacer.

Solo hay una certeza más. Si piensas que la limonada va a salir bien, hay más posibilidades de que salga bien. Martini nos lo cuenta en blanco y negro.

Keith Richards, el largo plazo y la Restauración.

Keith Richards siempre ha sido nocturno. Cuando preparaba un disco junto a los Rolling Stones, despertaba normalmente a las cuatro o cinco de la tarde, y comenzaba a grabar a partir de las doce de la noche. Estando de gira se despertaba justo para comenzar a tocar en el concierto. De hecho, sus compañeros tenían miedo de sus despertares abruptos, y enviaban a despertarle a su hijo Marlon, convencidos de que no sería capaz de hacerle nada malo. Y es cierto que tenía un mal despertar. Keith, consciente de ello, y de que la actuación debía comenzar lo antes posible, comenzó a dormir con la ropa con la que iba a actuar. De esa manera evitaba posibles retrasos en el comienzo del show. A su manera, pensaba en el largo plazo.

Una de las quejas más habituales sobre la situación política actual, y quizá una de las más razonadas, es que no se deben reducir las inversiones en Investigación y Desarrollo, ya que aunque el retorno de dicha inversión sea a largo plazo, es necesario para poner unas bases industriales y económicas.

Uno de los motivos para no incrementar las partidas de I+D es que los votantes no veremos el resultado de las iniciativas tomadas antes de las siguientes elecciones, con lo que los políticos pueden pensar que el votante no las tendrá en cuenta a la hora de depositar su voto cuatro años después. El corto plazo, los cuatro años, es lo que vence.

Durante la Restauración en España hubo algo que se llamó la alternancia de partidos. Dos partidos diferentes se repartían durante mandatos de cuatro años el poder, respetando unas pautas básicas de actuación. Cada cuatro años uno de ellos tomaba el poder, dejando al otro en la oposición, seguro de que a los cuatro años volvería a asomarse al poder. Parecido a lo que nos podemos encontrar hoy, pero oficialmente instaurado.

Propongo. Ya que hay muchas quejas y pocas soluciones….. Propongo, que al igual que Keith Richards, pensemos en el largo plazo, en nuestras necesidades futuras. Propongo que los mandatos políticos sean de ocho años, para que los gobernantes puedan centrarse en planes estructurales de verdad, que piensen en qué va a ser mejor para su ciudad o Estado a largo plazo, sin el miedo de tener unas elecciones a la vuelta de la esquina. Propongo que solamente haya un posible mandato, que no se pueda repetir como candidato, para tratar de focalizar todos los esfuerzos en esos ocho años.

Propongo, que el pueblo, sea el que sea, Estado, Comunidad o ayuntamiento, sea consultado cada dos años sobre alguno de los temas concretos más polémicos. Una consulta vinculante a los votantes, que decidirían electrónicamente en una semana al año (a través de internet en su propia casa o en lugares públicos) sobre tres o cuatro temas importantes en los cuales se intuya que la población pueda estar fuertemente dividida. Por poner un ejemplo, en los últimos años podríamos haber recibido consultas sobre la ampliación del aborto, la legalización del matrimonio homosexual, el envío de tropas a Irak o la ampliación de la deuda pública y con qué límite. El resultado, vinculante, deberá ser aceptado por el gobernante. De esta manera nadie podrá erigirse en voz del pueblo, pues el pueblo tendrá su propia voz.

Mirar a largo plazo resolverá problemas futuros. Preguntar al pueblo sobre sus opiniones haran más seguras las políticas. Dormir vestido hará que ningún concierto comience retrasado.

Keith Richards fue un yonqui en la época de mayor esplendor de los Rolling Stones. La droga era su prioridad número uno, lo primero que debía resolver cada día. Sin embargo, nunca canceló un concierto.

Alex Zanardi

Alex Zanardi nunca fue un gran piloto de Formula 1, las cosas como son. Estuvo cinco temporadas en Lotus, Williams, Minardi y Jordan, en las que solo consiguió un punto, siendo su mejor resultado un sexto puesto. Realmente, podríamos considerar que estos resultados son mediocres, siempre teniendo en cuenta que hablamos de la Formula 1, en la que solamente los muy privilegiados tiene la posibilidad de participar. Correr en la Formula 1 supone ser parte del Olimpo en la Tierra, una vida llena de lujos y excentricidades.

Zanardi corrió también en la Champ Car, donde tuvo sus mayores éxitos. En 2001 tuvo un brutal accidente en esta competición, que provocó la amputación de sus dos piernas por encima de la rodilla. Un durísimo golpe, que sin embargo no terminó con su carrera. De hecho, siguió participando en el Campeonato Europeo de Turismos y tuvo una nueva oportunidad de subirse a un Formula 1.

En 2009 dejó las carreras de coches, pero ahí no terminaron sus retos. Hace solo unas semanas, en las paralimpiadas de Londres 2012, Zanardi consiguió dos medallas de oro, en contrarreloj individual y en la prueba de ruta, en la categoría H4, en triciclo propulsado por las manos, un deporte muy exigente. Impresiona la imagen de un Zanardi triunfador, tras bajarse de la bici, levantando esta con un brazo por encima de su cabeza.

Zanardi ha demostrado que la voluntad es el arma más poderosa del deportista. La mentalidad supera a la fuerza de las piernas o a la musculatura de los brazos.

Preguntado sobre si defendería su título en los Juegos de Río de Janeiro de 2016, Zanardi contestó que estaba empezando a aburrirse, y que quizá intentaría correr las 500 millas de Indianápolis.

Te atreves a apostar que no es capaz de ganar?

Roy Haynes y el cambio: “When I was young…”

Hace algunos meses estuve en el concierto de Roy Haynes, un batería de jazz que tocaba con su banda en Madrid. Batería, contrabajo, piano y saxo. Cálido, cercano, sentido. Bastante espectacular.

Cerca del final del concierto cogió el micrófono para presentar a la banda. Les presentaba por su nombre, , diciendo de donde venía cada uno de ellos. Uno de ellos, el pianista, dijo que era de Miami. Entonces Roy, maestro de ceremonias, cogió de nuevo el micrófono y djo la frase. “When I was young I used to be from Miami. Now that I´m old, I´m from New York”

La respuesta no deja de ser curiosa, puesto que uno es de donde ha nacido, pero él lo interpretó como “con que ciudad me siento identificado, de qué ciudad vengo”. Y me gustó el hecho de que no solo hubiera cambiado su ciudad con la que se siente identificado durante su vida, si no que además, nombró ambas. Nos contó su vida en apenas una frase.

El nacimiento en Estados Unidos no es un dato relevante. De hecho, si nos fijamos, siempre la respuesta a esa pregunta va a compañada de “…pero me crié en …”. La movilidad en este país es mucho mayor que la que nosotros conocemos en España. Roy Hudges, de hecho, nació en Boston, ciudad que ni siquiera aparece en su pequeña biografía.

Para Roy, que ha viajado por todo el mundo con su música, el cambio de residencia entre Miami y Nueva York supuso un cambio en sí mismo, tanto que terminó identificándose con una nueva ciudad, dejando de lado la antigua, aunque nunca olvidarla.

Ser consciente de ese cambio denota que Roy sabe quien es, cómo ha cambiado, y que está dispuesto a volver a cambiar. Aceptar el cambio, reconocerlo, aprovecharlo. Y estar dispuesto para el siguiente.

Roy Haynes no es solo uno de los mejores baterías de la historia, además… es un tío inteligente.